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Feminismo y Navidad: ¿son compatibles?

Feminismo y navidad - Hay vida después de la oficina

¿Se pueden juntar feminismo y navidad sin que nuestra salud mental se vaya al carajo?

Ya están aquí, como dirían en Poltergeist. Las navidades llegan como todos los años, sin que nos enteremos mucho de que ya es nochebuena y, de repente, ¡zas! Esta noche viene parte de la familia a cenar a casa. Entonces te viene una pregunta a la mente: ¿volverás a sufrir sólo por tener las gafas moradas puestas?

Personalmente, lo pensaba este sábado pasado fregando una fuente de canelones de esas que tienes que meter hasta las uñas para sacar toda la bechamel. Estaba yo ahí plantada, dándole al cristal de la bandeja minuto tras minuto, cuando de golpe me vino a la cabeza una de las estampas más típicas de la navidad en mi casa: mis tías casi peleando por ponerse el delantal y fregar todos los cacharros empleados para la cena o la comida (que no son pocos) mientras el resto de comensales aguarda en el salón a que saquen el siguiente plato o ya directamente los turrones. ¿Adivináis quiénes son esos comensales?

Tengo que ser honesta y decir que en mi familia hay muchos tópicos que no se cumplen cuando nos reunimos. Me refiero a que no tengo a ninguna tía abuela diciéndome que se me va a pasar el arroz, algún tío que inconscientemente canta el bingo feminista con sus comentarios pasados de tono ni nadie que me diga que si me como otro trozo de turrón no voy a entrar en el vestido de nochevieja. De la misma manera, por fortuna (qué coño por fortuna, más bien por educación, saber estar y porque mi familia es así de maja) nadie habla de inmigrantes que deberían volver a sus países ni nadie se toca ensalzando la labor reconquistadora de Santiago Abascal. Se podría decir que las conversaciones son medianamente agradables (sobre todo si eres forofo del Real Zaragoza, el tema estrella siempre) y que nadie pierde los papeles ni tiene que tragarse la amargura en ningún momento.

Bingazo feminista vía eldiario.es

Sin embargo, suele ocurrir que cuando una se pone las gafas moradas adquiere una visión que le hace observar desigualdades que antes tenía normalizadas, y así fue en mi casa con la navidad. Para empezar, saltó a mi vista algo tan aparentemente inocente como la distribución espacial de las cenas y comidas. En casa de mis padres tenemos que apretarnos bien para caber todos, y desde que tengo memoria recuerdo que en un lado de la mesa se han sentado los hombres, y en el otro las mujeres, los unos frente a las otras. Ahora bien: adivinad quiénes quedaban sentadas en el lado que queda más cerca de la puerta. Sí, de la puerta y, por tanto, de la cocina. Porque, claro, ¿cómo me voy a levantar a recoger y a ayudar si estoy aquí, apretadito entre la pared y la mesa, y casi no me puedo mover? ¿No es más fácil que te dé mi plato y ya si eso lo llevas tú a la cocina?

No, claro que no. No debería ser así. Pero, claro, así es.

Cuando fui consciente de esta normalización que existía en mis navidades no pude más que pensar que en nuestra sociedad está instaurado un machismo estructural que hace que veamos normal que las invitadas que cenan o comen en mi casa se pongan el delantal y estén fregando mientras escuchan las risas de los invitados, que siguen charlando animadamente en el salón. En los últimos años he querido hacer ver estas y otras situaciones, pero acaba resultando un tema que hace sentir incómodos a mis padres y, sobre todo, a mi madre. A la jabata que se ha currado una cena/comida de impresión y que está atenta a todo y me lanza una mirada suplicante, de esas de “Elenica, por favor, no empieces”.

Recuerdo una vez que estaba sentada con mi prima en la mesa mientras mis padres y mis tías iban y venían con platos. Pensaba “A ver cuánto tardan…” y, ¡tachán!, al poco alguien me pidió que ayudara (mi hermano seguía sentado en la mesa) y, poco después, se lo pidió también a mi prima. Miré a mi prima María y le dije “Si no quieres, no te levantes”. ¿Por qué? Porque, vamos a ver, una cosa es que me vendan la moto de que siempre ha funcionado así la familia y no ha pasado nada, pero otra cosa es que se pretenda, aunque sea inconscientemente, que la situación se siga perpetuando con, por ejemplo, mis primos. Porque sí, tengo una prima pero también dos primos, adolescentes y hombres, que estaban sentados en frente de ella jugando con su tablet cuando esa persona hizo esa petición en voz alta.

Os voy a revelar un secreto: para mí no es agradable decir que no y ver miradas de desaprobación o de “Ya estás otra vez con el temita”. Creo que ninguna de nosotras disfruta intentando hacer reflexionar en un espacio como el navideño, tan familiar y, por tanto, tan importante en este sentido. Si no podemos comunicarnos y expresarnos con nuestra familia, ¿qué nos queda? Pero, por desgracia, esta pregunta es muy ingenua, y todas las que nos hemos ido replegando poco a poco a nuestros círculos seguros y de confianza lo sabemos. Conozco muchas amigas y compañeras que acaban llorando navidad sí y navidad también, a causa de comentarios que incluso acaban en ensañamiento en mitad de la cena (¿os suena exagerado? Pues qué inocentes sois). Una, al final, acaba con ganas de comerse las gambas y no decir ni mú, porque al final se te acaba agarrando una tristeza muy gris a las paredes del cuerpo y es demasiado fácil pensar que estás amargando al resto de personas que están sentadas en la mesa.

Feminista Ilustrada se pregunta indirectamente: ¿mejor quedarnos calladitas, entonces?

Encontré esta obra de arte y tenía que ponerla.

Yo no puedo decir que nadie deba callar o seguir reivindicando. Nadie puede, en verdad. Lo importante sigue siendo que cada uno de nosotras se administre y haga lo que quiera o lo que su estado de ánimo pueda soportar ese día en concreto. Al contrario de lo que expresa la pedazo de ilustración de arriba (por favor, mirad al niño, ¡es gigante! Como el que viene en camino tenga el mismo tamaño…), feminismo y navidad son completamente compatibles porque, más allá del concepto más tradicional de la festividad, suele suponer reunirte con amigos y familia a los que no ves tan a menudo (y, si no, que se lo digan a todos los amigos que tengo repartidos por el mundo). Pero lo fundamental es que haya trabajo y esfuerzo por parte de todos, no sólo de nosotras (la igualdad es lo que tiene, ¡qué sorpresa!).

Como una vez leí en una entrevista a Lola Vendetta: el feminismo no se sufre, se disfruta. Así que armaos de paciencia, y decidid hasta qué punto os mancháis de barro y hasta qué punto no. Somos libres también para eso. Que nadie nos venga con eso de “Oye, te voy a hacer una consulta, tú que eres feminista…” como si tuviéramos que impartir un taller intensivo de feminismo entre polvorones. Hablamos, enseñamos y escuchamos como nos sale de ahí. Resiste y busca tu propio espacio porque tenemos que recordar lo esencial:

No estamos solas.

 

¡Felices días, valientes!

 

*Bonus:

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