La Raíz se despide entre luces que superan nubarrones
Muchos estarán de acuerdo en la afirmación de que en los conciertos de La Raíz parece que se vive una atmósfera diferente. Y cuando en uno de ellos se apelotonan 18.000 personas, muchas de ellas pensando que va a ser la última vez que vea a los valencianos sobre el escenario, esa sensación se multiplica de manera sobrecogedora. Esto es lo que sucedió la noche del sábado 17 de noviembre en Valencia, en un concierto multitudinario donde la lluvia no robó protagonismo a la banda, que quería despedirse de 13 años de música donde todo comenzó: en su tierra.
Horas antes de dar el pistoletazo de salida, muchos asistentes hacían ya fila en el exterior del recinto litros en mano (algunos llevaban allí desde bien temprano por la mañana, los más expertos sentados en sillas de playa). Uno podría preguntarse si no iba a haber algún problema cuando abrieran las puertas; personas que corren o intentan colarse, gritos o enfados. No obstante, era complicado imaginarse una situación así en ese ambiente, lleno de expectación y buena onda. Así es la atmósfera a la que me gusta hacer referencia.
Una vez dentro y tras el calentamiento ofrecido por El Diluvi, los versos de Las miserias de sus crímenes calentaban los corazones de los que esperaban esta fecha desde hacía tiempo y ocupaban las primeras filas. La voz de María Medina, hija del preso político al que se le atribuye este poema que prestó su voz para que estos versos sirvieran como intro del disco Entre poetas y presos (2016), quedaba inevitablemente ahogada entre los miles de pulmones que coreaban este poema al unísono. Comenzaba entonces a escucharse un coro imbatible formado por los asistentes, que gritaron (y gritamos) cada canción como si fuera la última vez.
Y es que si algo se palpaba en la atmósfera de esa noche es que podía ser la última vez. De verdad. Desde que La Raíz comunicara su parón indefinido y anunciara las fechas de su gira con última parada en la Marina Sur de Valencia, el 17 de noviembre se había convertido en una fecha marcada en miles de calendarios. 18.000, para ser exactos. Porque 18.000 fueron las entradas que salieron a la venta y que no tardaron en agotarse, con una lamentable reventa posterior que alcanzó precios surrealistas que desteñían totalmente los principios que la banda defiende (y que el grupo ha denunciado en más de una ocasión). Pero esa es otra historia que no merece ser contada en esta crónica.
Resulta prácticamente imposible reflejar por escrito lo que se pudo vivir esa noche. Ya circulan vídeos donde se puede escuchar el rugir que surgía desde el escenario y se propagaba hasta las últimas filas. Y es que tras este arranque, los primeros acordes de Entre poetas y presos mezclados con una iluminación que apuntaba directamente al público dejaban claro que era una noche donde el protagonismo iba a ser compartido.
Y, así, uno tras otro fueron desglosando sus temas más coreados de Entre poetas y presos y Así en el cielo como en la selva (2013), así como otros más clásicos, de trabajos anteriores como El lado de los rebeldes (2011) y Guerra al silencio (2009) para que nadie se quedara con hambre, ni con ganas. Porque si había alguna intención en el concierto, más allá de la despedida (suena un poco dura esa palabra), es que fuera una noche homenaje a la carrera todoterreno de La Raíz, que se han dedicado en cuerpo y alma los últimos 13 años a llevar su música y el mensaje de la misma allá donde los reclamaran, a pesar de sus comienzos duros y más desangelados. Así, cada tema, cada acorde y cada pausa entre canciones y entre palabras, se respiraban de manera casi ceremonial.
Canciones como Por favor, Noches en Babylon, El Circo de la Pena, Llueve en Semana Santa o Radio Clandestina seguían electrizando la noche a pesar de la lluvia, que iba y venía mientras el público desplegaba chubasqueros y banderas tricolores al mismo tiempo. Se vibró, se botó y se pogueó con temas como Jilgueros, Muérdeles, Borracha y Callejera o Rueda la Corona, así como se respiró con emoción en Suya mi Guerra, El Mercurio, El Tren Huracán o la necesaria La Hoguera de los Continentes.
Esta última especialmente estremecedora al pedir Pablo Sánchez que, para que esa llama no se apagara, todos aportaran un poco de luz como pudieran. Esta es una de las canciones con las que, a mi juicio, se puede percibir la fuerza poderosa de La Raíz. La combinación de silencio y de miles de voces coreando sus versos mientras las luces se agitan demuestra la energía que siempre han sabido crear los valencianos en sus directos. Creo que no es posible observar una maravilla así y no emocionarse.
Y el concierto iba llegando a su final y, con él, el tema más temido de la velada: Nos Volveremos a Ver, la canción con la que se han estado despidiendo en cada concierto. Si sería esta la última vez que Nos Volveremos a Ver anunciaba su despedida era una pregunta que vibraba en los labios (y en las lágrimas, que ya empezaban a brillar en muchas mejillas) de muchos de los asistentes. Sin embargo, no era momento de enredarse en incógnitas que pertenecen al futuro, sino de concentrarse en la voz de Pablo Sánchez que, ya con la voz algo temblorosa, anunciaba los nombres de toda la familia de La Raíz (integrantes, equipo artístico y técnico) mientras iba rindiéndose también a la emoción visible. ¿Cómo no hacerlo en una noche como tal, después de 13 años que separaban los sueños que nacieron en un garaje de esa noche más que memorable?
Iba llegando el momento de irse, sin saber hasta cuándo. Sin saber si iba a haber siquiera un nuevo párrafo de la historia de la banda, que después de tantos años de trajín decidió hacer un alto para no tener que enfrentarse a un nuevo disco con las fuerzas y la inspiración agotadas. Cuando uno siente que es momento de parar, se debe parar, y esta decisión demuestra, de nuevo en mi opinión, la integridad de este grupo.
Fue un concierto en línea con su estilo, sin extravagancias ni añadidos que lo hubieran convertido en un acontecimiento aislado dentro de la gira y de la trayectoria de la banda. Con mucha emoción y honestidad por parte de sus integrantes, que respondían así al calor de 18.000 personas que no sólo no se amilanaron ante la lluvia sino que gritaron su nombre al cielo cada vez con más fuerza. Muchos todavía nos preguntamos aquello de ¿nos volveremos a ver?, pero nadie nos quita de encima lo vivido el sábado por la noche. Una despedida a la altura de, como escribió la banda horas después, trece años de luchas y sueños y de imposibles que se tocan.