Premios Goya 2019: Hablemos de inclusión, diversidad cinematográfica y enfados sinsentido
*Foto de portada: RTVE.
Ayer buceé un rato en los comentarios que se habían vertido en Internet sobre la resaca de los Premios Goya 2019 y, a simple vista, se podían sacar algunas conclusiones. Por ejemplo, que los discursos que más entusiasmo y emoción habían causado eran los de Jesús Vidal (volveré a él más adelante), mejor actor revelación por Campeones, y Eva Llorach, también mejor revelación femenina. Si aún no habéis leído cómo discurrió la gala y retahíla de premios, podéis leer la crónica que hicieron en Cine con Eñe y así les dais un buen clic (viene, además, con todo el palmarés de la noche).
Es una fiesta, y tenemos que pasárnoslo bien TODOS
Los tiempos de Mar Adentro de Alejandro Amenábar ya pasaron. Como ha venido ocurriendo en los últimos años, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas lo pone fácil para hacer la quiniela de la noche, y es que se tiende al reparto, a coronar a una película en cuestión como ganadora de la noche pero sin dejar de lado otros títulos (a no ser que sean títulos que beben de un tipo de cine que no casa demasiado con el academicismo español, y si no que se lo digan a Carlos Vermut o a Isaki Lacuesta). Y es que, en verdad, si a esta noche se la llama “la gran fiesta del cine español” no es porque sí; es una noche que también se emplea como catapulta a las películas que, al parecer, han sido las más interesantes del año y, por ello, se intenta repartir el protagonismo. ¿Cómo va a ser la gran fiesta del cine español si hay más perdedoras que ganadoras?
Estaba claro que iba a ser la noche de El reino, de Rodrigo Sorogoyen, y por allí tenían que empezar las buenas quinielas. Teniendo esto claro, empezaba la ronda de preguntas: ¿si coronamos a El reino como la más premiada, qué hacemos con las demás? Pues lo de siempre: un reparto sutil de los premios a mejor actor/actriz y los premios conocidos como “menos importantes” (desafortunada denominación, por cierto), algo de reparto en guión… Y así. Pero esta vez había un elemento más difícil de manejar, una de esas películas que se resisten a encajar del todo en los cánones de los filmes dignos de premio pero que allí estaba, como una de las protagonistas de la gala: Campeones, de Javier Fesser.
¿Cómo que Campeones no encaja en esos cánones? Bueno, veamos. Por una parte, no se trata de una película milimetrada y potente, como puede ser El reino. Pero, a mi entender, tampoco estaba en esa sección de comedias ligeras y patrias que intentan dar un paso más hacia la elegancia, como pasó el año de Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez Lázaro. Sí, Campeones tiene toques de comedia y de drama, ahí cumple, pero no termina de encajar porque trae a colación elementos a los que los espectadores no estamos acostumbrados, y aquí es, precisamente, donde reside la fuerza de la historia de Fesser y David Marqués.
¿Son comparables El reino y Campeones?
No. No del todo. Y aquí tenemos lo espinoso del asunto, pero no en los Premios Goya 2019 concretamente, sino en todas las ediciones de premios cinematográficos (y artísticos, ya que nos ponemos) que existen. ¿Se pueden comparar objetos que presentan una diversidad totalmente marcada? ¿Pueden formar parte de la misma categoría? Sí, por supuesto que pueden, porque ocurre y seguirá ocurriendo si seguimos con esta cultura del éxito basado en el premio, pero en la necesidad de categorizar para agrupar películas se pierde algo muy importante que luego se echa en falta en el análisis de las conclusiones de la velada: los matices.
Sí, puede ser que no estemos para matices, que estemos acostumbrados a merendarnos una película en plan fast food y luego seguirle la pista, a lo sumo, como mandan los medios generalistas. Por ello quiero creer que, en parte, se levantaron tantas críticas después de los Premios Goya 2019, ya que si se agitaba un poco el abanico de Twitter horas después había una pregunta que imperaba entre los enfadados y autoproclamados críticos de cine (miles de personas): ¿cómo puede Campeones ser la mejor película si El reino se ha llevado todo lo gordo?
Está claro que esto de la queja es casi ya una cultura compartida, y lo de criticar los premios de cine está un paso por encima de ser una moda. Al leer todas estas reacciones me vino a la cabeza el ejemplo que dio Hollywood coronando como mejor película a Moonlight de Barry Jenkins en 2017, donde se vertían interrogantes similares. Es una cuestión compleja porque como todo en esta vida que tenemos, aunque a veces lo neguemos, los premios cinematográficos también son un sistema atravesado por otros coletazos de sistemas superiores que provocan que, al final, el patrón de conducta sea hasta sencillo de detectar. Pero me ceñiré al ejemplo español (en parte, porque también se podría meter en el ajo el caso de Isaki Lacuesta con Entre dos aguas).
¿Era Campeones la mejor película española del año? ¿Lo era El reino? En verdad… ¿qué más da? Los dos títulos aportan cosas diferentes y exploran distintas posibilidades que brinda el cine. El reino es un producto redondo, con una dirección sesuda y trabajada por parte de Sorogoyen que demuestra que en España también se pueden revertir los códigos cinematográficos, y si además se hace usando los trapos sucios que nos enmarcan como país… Es una maravilla. A mi juicio, Sorogoyen toma consciencia de lo necesaria que es la calidad dentro de los márgenes propios de cada uno, y se refleja en todas las patas de la película: guión, interpretación, diseño de sonido, montaje. Sí, es una película de premio, sin duda, y también deja claro que Rodrigo Sorogoyen, vista su trayectoria, seguirá regalándonos películas de premio en los próximos años.
Sin embargo, Campeones toca tejidos innovadores, por muy telefilm que parezca el producto final. El hecho de dar oportunidades a actores no profesionales gracias a un trabajo de cásting bastante exhaustivo se queda en segundo plano cuando se contempla lo más importante: por fin una película sobre personajes con discapacidad interpretados por (¡sorpresa!) personas con discapacidad. Supongo que este detalle pasa desapercibido a muchos espectadores que no consideran esto importante (ha habido muchas polémicas en este sentido últimamente), pero lo es. Sí, lo afirmo: es algo muy importante.
Porque significa inclusión. Y este término aplicado al mundo del cine y aplicado a personas que normalizan la exclusión desde que nacen cumple con una función del séptimo arte que para mí es de las más fundamentales: su función social. Tal vez sintamos este tema más intensamente los que estamos acostumbrados a convivir con personas con capacidades diferentes, aunque no debería. Pero es totalmente reseñable que un país se despierte viralizando el discurso de una de estas personas (dejando de lado paternalismos y falsos buenismos). ¿Por qué? Porque, por una vez, aunque sea casi por postureo en algunos casos, se están parando a escuchar a un colectivo al que no escuchan casi nunca.
El efecto Jesús Vidal
Y es verdad. La mayoría de nosotros, si nos cruzáramos a Jesús Vidal por la calle, apenas le prestaríamos atención. Me viene a la cabeza la primera escena de la película, puesta ahí de manera magistral por algo. ¿Podemos pararnos a pensar por un minuto cómo es nuestra relación cotidiana con las personas con capacidades diferentes? En muchos casos, será totalmente inexistente. No obstante, una película gana un premio y los que apenas tienen voz más allá de ellos mismos y sus familias, de repente, ocupan titulares y mentes, aunque sólo sea por unos minutos. Aparece Jesús Vidal y nos encoge el corazón a todos. En 4 minutos… Imaginad lo que puede hacer y decir a diario.
Y eso lo ha hecho una película.
Puede que no sea la más redonda ni la película con más subtexto del cine español, puede que no tenga planos secuencia que quitan el hipo, ni diálogos casi perfectos, ni una interpretación protagónica de las de ni pestañear. Pero es que, por suerte, el cine es mucho más que eso. Es diversidad y posibilidades infinitas, siempre que haya alguien dispuesto a agarrar una de ellas y conducir por ahí la historia que quiere contar. Como hizo Fesser. Como hizo Sorogoyen. Cada uno a su manera. Y a mí me parece maravilloso… Por si no había quedado claro todavía.