La poética del espacio en ‘De tu ventana a la mía’
En De tu ventana a la mía, ópera prima de la cineasta Paula Ortiz, las historias de tres mujeres en diferentes momentos vitales y en diferentes épocas se entrelazan. Para enmarcar cada una de estas narrativas, la creación del espacio donde habitan las protagonistas por medio de los elementos de la puesta en escena se convierte en un aspecto protagónico en la cinta.
La poética del espacio de Gaston Bachelard
En 1957 el filósofo francés Gaston Bachelard publicaba La poética del espacio, una obra en la que intenta analizar la poética de la imaginación en su relación con el espacio. Así, Bachelard trabaja en cómo los espacios influyen en lo que imaginamos cuando imaginamos al contemplar una obra. Al imaginar, se imagina en un espacio, y este espacio configura los personajes y la acción, por lo que se puede definir a los protagonistas por medio del espacio que habitan, de tal manera que puede convertirse en un personaje y acabar siendo lo central en una obra. Trasladando su enunciado a la obra literaria, el filósofo apunta, citando a J.B. Pontalis, que las palabras vividas crean el impulso de recorrer “un espacio sensible”. Vivir las palabras supone, en parte, vivir el espacio que sugieren, espacio de la imaginación en el que habitan desde que son leídas.
Bachelard se aúpa en ejemplos de la literatura en la elaboración de La poética del espacio. No obstante, al igual que la literatura está plagada de metáforas que remiten a significados simbólicos de importancia, estas metáforas también pueden darse en otras artes, como las artes visuales, en las que ese espacio toma forma material delante de los ojos del espectador y le empuja a aislar significados concretos que van a determinar su comprensión y asimilación del texto que tiene delante.
En este sentido, se debe matizar que un texto literario activa la imaginación de manera diferente a como puede hacerlo una película. Artes como el cine guían la figuración del espectador a través de referencias visuales que pueden ser elemento constituyente de la trama aun cuando eso conlleve romper con el concepto tradicional de narración cinematográfica, como ocurre, por ejemplo, en el cine de Andrei Tarkovski o Michelangelo Antonioni, que a menudo hacían uso de los elementos del espacio para relacionarlos de manera simbólica con la psicología de sus personajes.
De tu ventana a la mía: tres mujeres, tres espacios, tres universos simbólicos
Se puede considerar que esta era también la intención de la cineasta Paula Ortiz cuando llevó a cabo su ópera prima De tu ventana a la mía. En esta película la realizadora y guionista del filme no se adentra en un único espacio, sino en tres; tres espacios marcados por tres épocas diferentes y que enmarcan a tres mujeres diferentes con la aspiración de acabar siendo sólo uno, un espacio, y, así, también una única historia que agrupe a las tres protagonistas.
En De tu ventana a la mía el paisaje no se limita a ser un mero telón de fondo, sino que se constituye como un recurso para mostrar el interior de las protagonistas. La configuración de la puesta en escena es tal por parte de Paula Ortiz que se puede hablar de una poética del espacio propia, partiendo de la concepción de Bachelard, aplicada a la película.
De tu ventana a la mía es el relato coral de tres mujeres: Violeta (interpretada por Leticia Dolera), Inés (a quien da vida Maribel Verdú) y Luisa (encarnada por Luisa Gavasa). La historia de Violeta, de apenas 20 años, transcurre en la primavera de 1923 en Canfranc, un pueblo entre las montañas del Pirineo y justo en la frontera con Francia. Inés, una mujer en la treintena, vive en la comarca aragonesa de las Cinco Villas, en mitad del abrasador verano de 1941. Y, por último, Luisa, de unos sesenta años, habita la Zaragoza del otoño de 1975.
La construcción de los marcos de cada protagonista no es nada casual. La directora diseñó de manera minuciosa la localización de cada historia para que acompañara a las circunstancias internas de los personajes. Así, Paula Ortiz hace uso de los elementos del espacio para construir un universo simbólico que permita saber cómo se sienten esas mujeres, y lograr que la película sea, en parte, una experiencia sensorial. Las texturas y los colores envuelven al espectador y desvelan un trabajo exhaustivo de puesta en escena, componiendo una poética que recrea el estado emocional de Violeta, Inés y Luisa.
Violeta y la primavera húmeda
Violeta representa el periodo de la juventud, de una veintena recién estrenada en 1923, es decir, en una época en la que parecía que esa generación de mujeres iba a poder ser educada en igualdad. Estamos, además, ante un personaje fantasioso y algo débil que debe tomar una medicina color púrpura cada día. Su tío, que se encarga de ella, la sobreprotege sobremanera, y para simbolizar esta sobreprotección el espacio principal donde habite Violeta será un invernadero, como si fuera una flor más de ese microcosmos artificial.
La fragilidad de la protagonista queda subrayada por el tiempo que pasa en este espacio protegido. A esto se le añade sus ratos suspendida en un columpio y cómo Paula Ortiz procura que los pies de Violeta apenas pisen el suelo, dando la impresión de que Violeta es casi etérea, que flota envuelta en su enfermedad y en sus sueños.
Así, Violeta vive rodeada de vegetación, una referencia que tiene sus raíces en Federico García Lorca y su Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. La joven ansía salir de su jaula de cristal y ser amada, y averiguar la verdad detrás de unas cartas de amor que recibe la hunde en una profunda melancolía.
Para que el espacio transmita esta melancolía, esta sobreprotección que acaba siendo su perdición y acaba ahogándola del mismo modo que acaban comiéndosela las flores que la rodean, el espacio que Violeta habita está creado mediante luces suaves, colores pasteles y nada saturados y tonos fríos. Las texturas son vegetales, sedosas y cristalinas, y todo está enmarcado en un ambiente primaveral y húmedo que remite a la primavera de la vida, momento vital de la protagonista.
Adquiere un significado especial en la puesta en escena el uso del plano detalle, pues en muchas ocasiones se emplea para reforzar la presencia de todos los objetos de cristal que se encuentran en el invernadero y que rodean a Violeta. La joven habita ese espacio frágil y frío, de cristal, que la separa del resto del mundo, casi como si habitara un espacio onírico, rodeada de flores que le van ganando poco a poco terreno, como si le robaran el oxígeno cuanto más atrapada en su vida y en esa casa se siente.
Inés, coraje seco a pleno sol
La historia de Inés pretende ser también un homenaje a otra generación de mujeres, esta vez a las mujeres que vivieron la posguerra y tuvieron que salir adelante, en ocasiones solas pero en otras muchas veces a cargo de hijos y familiares por los que acababan sacrificando gran parte de su vida. El paisaje escogido pretende transmitir la dureza de estos tiempos, y la realizadora decide para ello que la historia de Inés tenga lugar en un campo árido, con un sol abrasador, y viviendo en un lugar alejado del pueblo.
Los amarillos y los tonos tierra son los colores elegidos para retratar la historia de Inés. Las texturas son austeras, para que remitan precisamente a esos tiempos de posguerra a través de la asperidad de la paja, las harinas o la madera. Sin embargo, al mismo tiempo, la decisión de escoger una luz tan intensa que se desparrama por todos los espacios que habita Inés es doble. Por una parte, refuerza la sensación de trabajo duro en el campo (se les ve trabajando bajo un sol durísimo) pero, al mismo tiempo, las luces cálidas muestran que está viviendo un momento de calidez y brillantez: en un momento vital en el que se encuentra segura de quién es y de lo que siente.
La mayoría de los espacios que Inés habita son paisajes del exterior, alejándole del espacio íntimo y propio de la casa, tal y como lo define Gaston Bachelard. También se relaciona con que la mujer vive una circunstancia que la ha arrancado de lo íntimo: su marido, excombatiente del bando republicano, es apresado y encarcelado. A partir de este momento Inés vivirá una serie de maltratos y humillaciones mientras intenta con fiereza liberar a su pareja.
Así pues, representar a Inés en un espacio alejado de la casa subraya la idea de que se encuentra desprotegida y expuesta a esas circunstancias adversas que rodean su contexto. Pero sus paisajes siempre aparecerán iluminados por esas luces cálidas y fuertes que demuestran que la llama no se apaga y que la fuerza de Inés continúa a pesar de todo. Al final de su historia, además, veremos a Inés en el espacio de su casa, con su hijo en brazos y descubriendo los muebles y espejos que ha mantenido tapados, aceptando sus circunstancias y a ella misma.
Luisa, la cárcel de asfalto
La última de las tres historias es la de Luisa, basada en una tía abuela de la propia realizadora. Luisa, mujer soltera de unos sesenta años que sigue viviendo con su hermana –también soltera–, decide que su vida debe cambiar cuando le descubren cáncer de pecho.
Y precisamente porque Luisa está viviendo lo que es el otoño de su vida, Paula Ortiz decide situar su historia en un otoño, pero no en un otoño cualquiera. Luisa habita la Zaragoza de 1975, un año en el que todo lo que se conocía a este momento parecía estar desmoronándose para que pudiera construirse algo nuevo con la llegada de la transición democrática. En este proceso, en esta ciudad en pleno proceso de decadencia, Luisa decide que también ella debe reiventarse.
Para recrear este declive (necesario para el cambio de Luisa, una mujer que lleva toda la vida sin poder elegir), la directora emplea una paleta de tonos grises que invaden la casa de Luisa, donde pasa las horas cosiendo con su hermana, y, al mismo tiempo, las calles de la ciudad. Así se recrea un universo urbano entristecido que enmarca a la protagonista en sus paseos por la ciudad y que sigue rodeándola cuando vuelve a su casa. La casa, en esta ocasión, es también la prisión de Luisa, donde vive con su hermana y se pasan las horas trabajando, como si no tuvieran derecho a hacer otra cosa tras pasarse toda la vida solteras.
Por ello, es mostrada a través de planos en los que hay puertas que cortan el cuadro, o reencuadres hechos a propósito, que convierten al espacio en un elemento casi claustrofóbico, donde Luisa aparece “encerrada”. Para una mujer que ha pasado toda su vida sin apenas salir de su hogar, el espacio de la casa no se representa como un espacio íntimo agradable, sino como el lugar donde la protagonista piensa que está obligada a permanecer pase lo que pase, anclada por medio de todos sus recuerdos. Su enfermedad y sus consecuencias cambiarán este pensamiento en la mente de Luisa, y conforme avanza el metraje la iremos viendo más a menudo caminando por las calles.
La ventana: lo que les une
En una película que tiene como título De tu ventana a la mía, ¿qué ocurre con la puesta en escena cuando hablamos de este elemento? En toda la cinta no encontraremos un elemento material que relacione a las tres mujeres, pues Paula Ortiz decide evitar esto para que el nexo sea su voluntad de cambio y su fuerza para sobreponerse, cada una a su manera.
La ventana, en este caso, se podría considerar la materialización de aquello que las une. En primer lugar, las tres protagonistas son tres mujeres que, en la época que les tocó vivir, estaban acostumbradas a, como apunta Paula Ortiz, “vivir detrás de las ventanas”, es decir, al margen de la historia oficial, quedando su vida y sus experiencias en los pequeños espacios de sus casas. De tu ventana a la mía pretende contar la historia de esos personajes siempre secundarios y, de hecho, esto lo hace de una manera total: ni siquiera se perfilan las circunstancias de los hombres que rodean a Violeta, Inés y Luisa, sino que la película está totalmente centrada en ellas.
Asomarse a esas ventanas, enfrentar sus estados de ánimo y experimentar una manera común de vivir las cosas es lo que les une. A pesar de ser tres historias totalmente separadas, dedicadas a momentos vitales diferentes en épocas históricas distintas, las tres tramas se elevan como un solo canto: el del cambio y la fuerza de superar las adversidades en una vida ya de por sí dura.
Así, esta superación y este cambio comunes se ve tímidamente representada a través del color rojo en los momentos finales de la película. Cuando Violeta por fin recibe una carta de su amor real llevará una amapola entre las manos; Inés, mientras sujeta a su hijo en brazos y antes de descubrir los espejos de su casa y contemplarse con el pelo cortado, sujetará contra su regazo una bobina de lana roja; y, por último, Luisa, al salir de casa dispuesta a vivir todo lo que no ha vivido hasta el momento y quitarse la peluca como reconocimiento de su enfermedad, se verá envuelta en una lluvia de cuartillas rojas a favor de la amnistía de los presos.
Este rojo remite a los primeros planos de De tu ventana a la mía, donde las protagonistas aparecen junto a sus ventanas, unidas por grueso hilo rojo. De esta manera, el uso del rojo –que destaca notablemente en el tratamiento cinematográfico de los planos– se convierte en otro punto de unión. De la misma forma que el uso del espacio creaba un universo de cada historia, e intentaba materializar los estados internos de las protagonistas, el uso del color rojo en este punto de la cinta simboliza esa esperanza a la que se aferran las protagonistas para poder salir adelante.
En palabras de la directora, De tu ventana a la mía pretendía ser un “canto a la belleza contra la desesperanza”. Así, cobra más sentido la plasticidad de la puesta en escena, la belleza en cada plano a pesar de las duras circunstancias que atraviesan las protagonistas.
Unidas a la imagen de Luisa rodeada de cuartillas que claman por la libertad, como ella misma, la película finaliza con Inés rodeada de un campo que deja de ser yermo para germinar poderosamente, y Violeta entregada a la naturaleza salvaje, fuera del invernadero, que hasta entonces parecía ahogarla.
Poesía visual de ventana a ventana
El largometraje es un excelente espejo para trasladar al cine la poética del espacio que Gaston Bachelard aplicó a la literatura y demostrar que en las artes visuales también es posible hacer poesía en imágenes. Una poesía que trascienda el significado primero del guión y que circule de manera paralela a la historia pero reforzando otras sensaciones, cumpliendo una función más psíquica, y, por tanto, más difícil de recrear mediante el diálogo si se quiere retratar una historia, como esta, con aspiración realista.