Heridas - Hay vida después de la oficina

Me pregunto qué ocurre con todas esas heridas que ya no están pero en ocasiones amenazan con volver. Como estar observando un mar en calma y advertir que a lo lejos parece que se descompone el oleaje. No sé dónde descansan los vestigios de todas aquellas cosas que nos hicieron sufrir y nos reconstruyeron de manera irremediable al formar una capa más gruesa sobre nuestra piel. Están en algún lugar, de eso estoy segura; forman parte de lo que somos, a pesar de que no acudan si los llamamos o en general pensemos que son imágenes que nos cruzan por la mente de manera fortuita.

Reflexionamos mucho sobre las heridas, pero poco acerca de las cicatrices. Supongo que esto ocurre porque cuando sentimos algo cicatrizado nos lanzamos al alivio de que ha concluido; en parte, porque nos merecemos descansar de todo ello y porque nadie merece vivir constantemente en guardia ante algo que nos revuelve. Volvemos a nosotras mismas, nos acomodamos en la persona que creemos que somos después del litigio, nos permitimos firmar el final de un capítulo. Acariciamos con suavidad cada cicatriz, aceptamos que ahora forma parte de nuestro cuerpo y somos incluso capaces de hallar belleza en ese surco que antes no existía. Pero qué es lo que queda de esa herida pretérita en esa nueva cicatriz.

En mi caso, intento no dar la espalda a esa ola que me arrasa muchísimo después de que haya terminado el temporal. No voy a negar que me encantaría no tener que atravesar este proceso; dejar las emociones donde se retiraron cuando la herida sanó y concentrarme en el material que tengo de cara al futuro. Pero sé que sería inútil ignorar esa fina llovizna de dolor, porque sería ignorar lo que soy ahora y todas esas escenas que forman parte de mi mapa a pesar de que mi mente haya bloqueada muchas de ellas únicamente para salvarme.

Siento que las palabras me vienen a duras penas, que es un tema del que me cuesta hablar porque en mis adentros existe una lucha silenciosa por reforzar, o no, el candado que guarda todo el polvo que un día me impidió respirar. Abrazo mis heridas, pero me cuesta hablar de lo que suponen todas mis cicatrices. Me es difícil seguir dando espacio a algo que me juré en su momento que había desaparecido. Pero, ¿cómo va a desaparecer, si noto la piel rugosa aquí mismo, en el centro de todo lo que soy?

¿Es de verdad una cicatriz la amenaza de que esa herida puede volver? La verdad es que creo que no, y eso me tranquiliza. Todas esas cicatrices se han construido sobre las ruinas de los arañazos, pero la creación de piel nueva tiene que significar algo más. Es añadirle algo propio a esa grieta; afirmar que no negamos de dónde venimos pero sabemos que no vamos a pasar de la misma manera por el mismo lugar porque en nuestros cuerpos existe una memoria que nos protege, un aprendizaje que frena determinados golpes. Estoy segura de ello y por eso sé que, pase lo que pase, seguiré a salvo cada vez que vuelva a sobrevenirse la tormenta.

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