septiembre - hay vida después de la oficina

Creo que septiembre siempre tiene algo que nos revuelve. Los motivos pueden estar más o menos claros, si nos paramos a pensarlo: la proximidad del cambio de estación, los propósitos realistas que nos retan ante la huella del nuevo curso que se nos marcó a fuego durante tantísimos años, cerrar una etapa -la de las vacaciones, quien sea afortunada y las haya tenido- en la que nos permitimos de manera estricta e irónica soltar y descansar. Esas pueden ser las razones superficiales, las pautas que nos damos a nosotras mismas cuando sentimos que hay algo que tal vez no está funcionando del todo bien en nuestros mecanismos.

Para mí septiembre tiene algo de adolescencia, de momento gris en el que parece que todo está frente a nuestros ojos pero carecemos todavía de las herramientas para encarar todas esas oportunidades como nos gustaría. No entiendo muy bien por qué, pero a mí este mes me sabe a una oscuridad que bizquea entre las expectativas de un nuevo ciclo y la autoexigencia de querer centrar las energías en que todo vaya bien. Los días se acortan como si quisieran llevarnos a descansar de todo con mayor premura, como si quisieran decirnos que por más que queramos esforzarnos habrá una barrera que marcará ciertos límites. Siempre, en este mes, rememoro el tacto de las butacas de un salón de actos vacío, un espacio que una vez a la semana era solo nuestro; vuelvo a sentir los olores de la cortina gruesa tras la que nos ocultábamos cuando las luces permanecían apagadas, y me contagio de los nervios de volver a reunirme con mis compañeras y trazar la historia paralela a nuestras vidas que íbamos a construir a lo largo de todo el curso escolar para que culminara en el mes de junio. Me parece bello, pero desconcertante: ¿cómo pueden seguir aquí todas estas sensaciones después de más de una década?

Es como si el mes estuviera cubierto por una fina película de nostalgia. Me pregunto si los sabores casi otoñales de estos días me remiten a esos tiempos porque, en cierto sentido, necesitamos refugiarnos en la creencia de que septiembre nos prepara para volver a aprendernos un guion y ejecutarlo de la mejor manera posible, a base de ensayos y autoconocimiento no siempre sencillo, para darnos la opción de plantar con fuerza los talones en el suelo y prepararnos para intentar volver a desplegar nuestras alas.

Es algo de lo que intento distanciarme también. Hace tiempo que evito la presión de los inicios de ciclo, de los propósitos artificiales de nuevo año y las ansiedades de nuevo curso, porque quiero escoger estar abierta a ello cada día de mi vida y no cuando el calendario lo dice, de la misma manera en que quiero que mis domingos no marquen ningún abismo incómodo respecto a la nueva semana que nace. Supongo que, en parte, no termino de conseguirlo.

Aun así, a pesar de todas mis presiones y de todas mis creencias, si septiembre me lleva a esa chica adolescente que se parapetaba detrás de sus sudaderas grises y negras y descansaba en las fantasías, en algunas ocasiones dolorosas, de qué iba a ocurrir con el resto de meses del curso, me reencuentro con ella y le tiendo mis brazos mientras pienso que ojalá ella misma se los hubiera tendido cuando tenía quince años y el verano comenzaba a apagarse para mimetizarse un poco mejor con todo lo que se escondía detrás de su pecho. Vuelvo a canciones que reviven en mí tiempos pasados e intento que las dos seamos capaces de caminar juntas, sin negarnos ni juzgarnos por nada de lo que hayamos hecho o queramos hacer.

Sí, sin duda septiembre tiene algo que me revuelve. Sería absurdo negar estos nudos en mi estómago, que cada vez son más pequeños pero siguen presentes, y este frío en las puntas de los dedos, que ansían expresarse pero caen una y otra vez en la inseguridad de si serán capaces de hacerlo. Ya no hay telón ni tablas que marquen el ritmo de un nuevo e ilusionante comienzo; no al menos en un plano tangible. Sí están, no obstante, en la certeza abrazada gracias a la terapia de que es posible dividir en dos grupos a las personas: aquellas que saben que estamos interpretando una obra de teatro, y las que todavía no se han dado cuenta de ello. Quizás suena ingenuo e insensato, pero para mí es una manera de recordarme que aunque a veces el sistema me lleve por caminos que no me resultan agradables siempre tendré opción de trabajar el texto de una manera en la que logre sentirme más cómoda. ¿Tiene sentido?

Septiembre llega y nos suele encontrar algo cansadas, necesitadas de cariño que nos cure esos nuditos silenciosos en nuestro cuerpo. Para mí es importante pararme un momento a acariciarlos y, sin intención de deshacerlos, besarlos con suavidad para aceptar que están aquí, y que eso no significa nada malo. Hay una frase que, justo en ese periodo de adolescencia, se me quedó grabada a fuego y siempre sale a flote cuando intento desentrañar lo que ocurre en mis adentros.

Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.”

Es posible que septiembre sea el momento en el que estamos más cerca de nombrar aquello que tenemos tan adentro, tan nuclear; aunque con el paso de los días vaya llegando poco a poco el frío, nos arrebujemos debajo de las mantas con anhelo y dejemos que los atardeceres acontezcan cada vez más temprano.

Share:

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *