Muñeca Rusa: Las personas tenemos capas, como los ogros
¿Es posible modificar nuestro karma?
Los bucles temporales están de moda. Y si algo reitero sobre Netflix en esta página es que saben muy bien recoger lo que está de moda (y que parece que me pagan por escribir de sus series también). En Muñeca Rusa (Russian Doll, Leslye Headland, Natasha Lyonne, Amy Poehler, 2019) el tiempo va a ser retorcido desde la perspectiva de nuestras propias acciones, lo que viene a ser en términos más espirituales una visión kármica de nuestra existencia, pero con el Día de la Marmota de por medio.
En Muñeca Rusa despertamos de golpe con Nadia (interpretada por Natasha Lyonne, diva desde su papel en Orange is the new black), que está mirándose al espejo en un baño demasiado moderno. Es su 36 cumpleaños y sus amigas le han preparado una fiesta sorpresa en la que ella no tiene demasiado interés. Observa su reflejo, se atusa el pelo, escucha los golpes en la puerta de dos personas que tienen prisa por entrar al baño… Cuando sale, su amiga le recibe con la frase “Sweeeet birthday babyyyyy” y le da a probar un porro al estilo israelí, con cocaína. De fondo, suena Gotta Get Up de Harry Nilson, una canción que acaba convirtiéndose en todo un himno a lo largo que avanza la serie.
Uno acaba aprendiéndose el planteamiento y los detalles de esa escena porque Nadia volverá a ella decenas de veces, justo después de morir. Sin comprender por qué, Nadia se ve atrapada en un bucle en el que siempre se cumplen dos cosas: la primera es que muere (de múltiples formas) y la segunda es que vuelve a la noche de su 36 cumpleaños. Obviamente, la incomprensión de la protagonista será total, y los primeros capítulos se mueven en torno a las primeras reacciones de Nadia, que va de la negación al pasotismo, para pasar por el rechazo o incluso la locura.
Pero nada de eso le funciona. Sigue volviendo a ese maldito baño después de morir de manera fulminante una vez tras otra. Eso de morir se empieza a convertir en un auténtico coñazo… Y es entonces cuando Nadia decide intentar comprender lo que le ocurre para intentar ponerle remedio, y comienza a arrancar una a una las capas de su existencia. O, si se prefiere para darle sentido al título de la serie, empieza a abrir poco a poco esa muñeca rusa que es su propia persona, algo que, en verdad, nos ocurre a todos con nuestra vida.
Ser consciente de nuestras capas no es tan divertido como lo era en Shrek
Un ogro es… ¡como una cebolla! (…) ¡Las cebollas tenemos capas, los ogros tenemos capas, los dos tenemos capas!
Así es como en Shrek (Andrew Adamson, Vicky Jenson, 2001) el ogro protagonista intenta explicarle a Asno que las apariencias engañan. Sin embargo, lo complicado para Nadia no es la visión que la gente tiene de ella (es una desarrolladora de videojuegos con cierto éxito, extravagante, socarrona e independiente), sino la que tiene de sí misma. Con este bucle mortífero, Nadia descubrirá que si quiere salir de ahí deberá deconstruirse hasta capas que hace años que no contempla.
Y, así, dispuesta a repasar las acciones que le han llevado a ser como es en esa noche concreta (una noche clave para ella, pues su madre se suicidió con 35 años y para Nadia supone “adelantarla” en edad), comienza por ese porro israelí, convencida de que todo ha sido un efecto de su relación con las drogas. De ahí a Nadia no le quedará otro remedio que seguir profundizando, en un auténtico viaje que pasa por las sustancias tóxicas e incluso el Holocausto (como símbolo de la memoria colectiva) y acaba desembocando en una travesía emocional que rellena los huecos que una trama como esta puede tener, pues se trata de un planteamiento fuerte que siempre es difícil de sostener. Sin embargo, en Muñeca Rusa se vierten esfuerzos por que la atención no decaiga (al final, repetir la misma escena a pesar de las variaciones puede acabar siendo cansino) y un recurso para ello es dejar de luchar contra el tiempo y centrarse en las consecuencias de nuestras acciones, ese karma que se ha mencionado antes.
Al parecer, la serie (coescrita y cocreada por Natasha Lyonne, la protagonista) está basada en parte de las vivencias de Lyonne, lo que le confiere un carácter más íntimo que acaba diferenciando Muñeca Rusa de otras historias sobre bucles temporales, tal vez más influenciadas por la acción o lo filosófico. El campo de actuación que se elige para Muñeca Rusa es reducido, apenas un par de vidas sobre las que reflexionar, lo cual dota a la historia de una fuerza humana que mantiene la atención hasta una recta final que, para mí, es lo mejor de la serie (y por ello es difícil hablar de Muñeca Rusa sin spoilers).
¿Quién no ha pretendido en alguna ocasión hacer la vista gorda consigo mismo y culpar de su propio karma al resto?
La nueva serie de Netflix nos va introduciendo poco a poco en un embudo del que al final no podemos salir, como le ocurre a Nadia, que a pesar de que las otras muñecas tengan mayor tamaño de la que tiene que ocuparse para que el resto sigan funcionando es de la más pequeña, la que se halla en el núcleo del rompecabezas. Las cuestiones por las que acaba sobrevolando son circunstancias con las que todos podemos sentirnos identificados, sobre todo en el hecho de intentar huir de ellas y de quedarnos con lo más superficial de nuestras vidas, que acaba siendo lo más sencillo de manejar.
Al final, Muñeca Rusa acaba siendo una reflexión no sólo sobre el equilibrio vital sino también sobre la visión egocéntrica que tenemos sobre ello y sobre cómo acabamos echando balones fuera con tal de no enfrentarnos a nosotros y atacar donde nos duele. Claro que en nuestra vida pueden influir acciones de otras personas, pero siempre tenemos que tener el enfoque puesto en que, al final, todo lo que nos afecta proviene de nosotros mismos.