Cómo y por qué surge una idea - Hay vida después de la oficina

Ideas con mayúscula: las que vienen para quedarse

Llevo varios días dándole vueltas a esto. ¿Cómo y por qué surge la Idea? Esa, justo esa, la de la mayúscula, la que llevas buscando días, semanas e incluso agónicos meses. Y un día, un día exactamente igual que el anterior y seguramente muy similar al siguiente, llega. Sabes que es ella porque no llega y se va, sino que se queda, se sienta a tu lado y desde ese momento comienza a formar parte de ti.

Una vez en una charla con varios cortometrajistas alguien entre el público le preguntó a uno de ellos, Nacho Vigalondo, acerca de cómo había tenido la idea de 7.35 de la mañana. Vigalondo puso cara de póquer, se le quedó mirando unos segundos y sencillamente le respondió: “¿Cómo que cómo la tuve? La tuve. ¿Qué quieres que te diga?”. A propósito de este periplo, también Alberto Oliván, de Fictiorama Studios, expresó su punto de vista (o, al menos, así lo interpreté yo) en un texto tan tierno como cierto llamado Momento nido vacío.

Trabajas como escritora en un estudio de videojuegos, estás envuelta en un proyectazo brutal. Es lo que llevas queriendo mucho tiempo. Tener un trabajo que depende de tu capacidad creativa debería ser una razón para sentirse guay y petarlo en instagram, pero siento decepcionaros en cierto punto: no siempre es así. Sobre todo si es un trabajo que incumbe a un equipo que confía en esa capacidad tuya para sacar adelante una historia que, durante unos momentos que dan auténtico vértigo, no está. La Idea no ha hecho acto de presencia todavía, y encontrarla con toda la calma de la que uno es capaz se transforma en una tarea más que cumplir mientras luchas contra la presión que te impones a ti mismo y contra la lata que te da llamando a la puerta cada dos segundos tu crítico interno.

Cómo y por qué se tiene una idea - Hay vida después de la oficina

Yo cuando me digo a mí misma que no lo voy a conseguir

Y, de repente, llega, sin más

Y un día, un día más de esos en los que llegas a la oficina, te sientas y te quitas la legaña mientras enciendes tu ordenador, y ordenas tus papeles, tus archivos compartidos y tus decenas de documentos con esquemas caóticos y ordenados, apuntes, referencias, ideas sueltas, bocetos… Llega un impulso, abres una hoja en blanco y das a luz esa Idea, con su principio y su final y todo el cosquilleo que dará forma a su desarrollo. Y te queman los dedos y las ganas, y quieres gritarla a toda voz y contársela a todo el mundo, ilusionada porque sabes, S A B E S, que es la Idea. Es ella. Es ella y empiezas a acariciarle la cabeza con cariño y algo de temor, porque sabes que tenéis que caeros bien.

¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué clase de mecanismos se activan en ti para que por fin hayas llegado a esa ensenada llena de paz que da paso a una isla totalmente virgen y por descubrir?

No lo sabes. Al menos, yo no puedo saberlo. Sí puedo decir que a pesar de los mareos y el aliento contenido, algo dentro de mía sabía, que este instante acabaría llegando, en gran parte si no acababan saltando los nervios y el tiempo se invertía en trabajar esa aparición.

No sé cómo surgió ni de dónde, pero debo aceptar lo evidente: que me mira en silencio, con mucha atención y asomando el piquito por el cascarón, esperando a que le dé forma, a que moldee su cuerpo y elija sus ropas, preparándola para que salga allá afuera y (la) pueda ver el resto del mundo.

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